22.3.05

Ella me dice:
--Me voy a sentar a escribir antes de llorar.
La escucho desde lejos y pienso que tambien es mi hora de llorar. Lloraremos juntas, pienso, de pie ante las circunstancias. Luego, tendremos una conversacion sobre el tacto del elefante y el diván de tres veces por semana. Fumaremos frente al monitor, escupiremos fuego y dejaremos caer nuestros cuerpos sobre la cama, vencidas y quebradas, probablemente pensando en lo secas o podridas o muertas que estamos por dentro. Pensando en eso y en todo lo demás que -se sabe- no se puede contar. Un mail que nunca será mandado, una cama que no será compartida, una verdad que tal vez siempre es mejor no decir, y èl, que esta sentado de frente a mi, me pide que no sea mi propia excusa para no serme fiel.
Y ella pensará: ¿a qué costo me estoy siendo fiel? ¿a qué costo absurdo si ahora todo se va a desarmar, y èl no se va a quedar y no va a entender que quiero querer y no puedo? Ella pensara eso y todo lo demás que, -también se sabe- tampoco se puede decir.


Pero el llanto no vendrá hasta 12 horas después, cuando me pare en la calle y piense en esa voz diciéndome que no le hago bien, que no, que yo no le hago nada bien. Vendrá 12 horas después y será incontenible. Me anulara por completo, me dejara dormida en el tiempo.


Entonces se sienta. Ella ya no puede escribir nada. Esta seca por dentro, es cierto. Esta podrida. Esta lejos de ser una persona.
Ella mira el teclado. Mira los números en la pared. Mira las lágrimas que vendrán en 12 horas y vuelve a recordar la voz:

no, vos no podes hacerle bien a nadie. El calor que sentía cuando estabas cerca. El calor de sentir que había alguién más además de mi misma ahí afuera, tratando de llegar al final del día. Pero no puedo querer. No puedo quererte como queres que te quiera.

Pero el llanto no vendrá hasta 12 horas después. Y será incontenible...pero será.

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