1.8.09

¿Qué es lo que pasaría si, de imprevisto, vieras aparecer a esa persona que te hace latir el corazón el doble de fuerte?
¿Qué es lo que pasaría si, acaso, la intensidad de lo que sentís se volviera un obstaculo ineludible?
¿Qué pasaría si, eventualmente, llegaras a enamorarte sin entender bien por qué?

Supongo que en esos casos lo que sucedería sería parecido a lo que estoy viviendo ahora. A eso que estoy sintiendo, a los que vos generás y las palabras no alcanzan a describir.
Sí, supongo que sería similar. Incluso podría ser igual, aun sin querer serlo. Así de inescapable. Así de cierto. Inexorable.

Y es que yo, dentro de toda mi imposibilidad y a pesar de todas mis fallas, no sé qué hacer cuando te tengo adelante. No sé quien ser. No sé como gemir. No sé como disfrutar esos momentos en los que permitís mi compañia mientras deambulas por los pasillos de tu maldito laberinto eternamente cotidiano.

Simplemente no sé.

Quiero aprender, pero la certeza de nunca poder llegar a ser suficiente para vos me invade y se lleva todo el aire de mis pulomones. La certeza de nunca poder ser aquello que vos buscas -o necesitas- se apropia -despiadadamente- de mi.

Sin embargo, pese a todas mis dudas y a todos mis miedos, no puedo evitar llegar al final de cada día y preguntarme ¿Vos quién sos?

Realmente necesito saber. Saberte.
Realmente necesito sentirte humano.
Realmente necesito poder decir tu nombre sin romper ningún hechizo o tabú.
Realmente necesito estar ahí para vos.
Realmente necesito saber si yo, aún siendo todo lo mejor que creo poder ser, soy eso que vos querés.
Realmente necesito saber que valgo algo que supere, aunque sea por poco, el valor de la moneda emocional corriente. De tu moneda emocional corriente.
Realmente necesito.
Realmente te necesito.

¿Y es que todo esto que expreso, acaso, está tan mal?

24.7.09

y llegó a la noche a su casa, deshecha pero de pie. Deshecha a pesar de la sonrisa que todo lo esconde. De pie a pesar de esas malditas ganas de llorar.

Y llegó a su casa recordando demasiadas cosas. Recordando pero deseando algunas otras más.

Llegó deseando aquel abrazo extraño, aquella caricia perdida, aquel pedazo de humanidad que le faltaba.

Pero llegó. Con brazos cansados, pero llegó. Trato de levantarse por sobre los hombres y luego recordó que no sabía volar.

18.7.09

Volver al ruedo.
Volver a ese lugar en tu memoria que te lastima.
Volver sobre tus pasos para encontrar el olvido.
El olvido y nada más.
Volver para no encontrar nada que te recuerde aquello que alguna vez pensaste que eras. O que podías ser.
Volver al territorio enemigo y llorar por la desesperación que te causa existir.
Y nunca poder terminar de digerir lo endeble que es nuestra existencia y cómo, de una forma u otra, quieras o no, vas a terminar ahí, donde todos los demás están o tambien estarán en algún momento.
Hace dos meses me dijeron que no sabía escribir.El efecto fue tal que no pude siquiera sentarme a escribir la lista para el supermercado.
El efecto sigue siendo tal que esto es todo, y casi lo único, que tengo para decir.Todo supo ser tan diferente. Todo pudo ser tan diferente. Supe ser tan diferente. O al menos supe o creí haberlo intentado.
Ahora lo neutral pasa por admitir que nada de todo eso que creía ser es cierto.
Ahora lo neutral pasa por permitirle a este cuerpo sentir y desear aún cuando todo parece carecer de sentido
Ahora, hoy, lo neutral pasa por mí.

28.6.09

Y todo ha vuelto a empezar. Casi como si nunca hubiese pasado nada. Casi como si yo todavía fuese la misma persona.
La única diferencia es que ahora, debajo de esta piel, habita junto a mi un ser extraño.

Es aquel que no siente culpa. Aquel que me dice, todos los días un poquito más, que no lo puedo matar con ninguno de mis venenos internos.

No hay pastillas que desfilan ante mí. Sólo hay palabras que quieren salir y no pueden. O bien pueden y la que no las deja salir soy yo. Carcelera de los instintos, carcelera de lo espontáneo. Carcelera del sentido común. Al fin: carcelera de mi misma.

Habitando la misma piel que ese ser parasitario que me quita el sueño. Resulta imposible pensar que no soy exactamente igual que ese maldito ser. Soy, quiera o no, ese ser.

Dejé lo toxico de lado. Deje tu memoria guardada en un cajón. Deje todo para llegar hasta acá y poder decir esto.
Pero sigo siendo ese mismo ser ante el cual todo vuelve a empezar.

En el frío de mi habitación que ya no es azul, en mis manos temblorosas que se despiden de todo lo que alguna vez han conocido. Dentro de esa cajita dónde guardo esa porción de lo toxico que no me hace bien: ahí me vas a poder encontrar.

Sí, es algo casi definitivo. Hoy todo vuelve a empezar. Y estoy acá para mirar y decir: la ley de la brutalidad no se me aplica.

Al final del día mis deseos son sencillos y expresarlos es una necesidad. Quiero poder sostener mi propio peso, aunque sepa muy bien que los círculos en los que habito no tienen ni principio ni fin
.

29.5.09

"...Me contó cosas de su vida, o inventó, no sé; lo único que me importaba era que su voz cavernosa sonara sin cesar en la noche desprovista de salida que había inventado para mí mismo. Pensé que un suicida es aquel que ha perdido por completo su instinto de supervivencia. un borracho, un drogadicto, es casi lo mismo que un suicida, solamente que un resabio de ese instinto todavía perdura en su alma. Los tres habitan el infierno: la conciencia implacable de que existir es un don inútil..."
Pablo Ramos, La ley de la ferocidad.

2.3.09

toxico cinco bis (¿cuan tóxico puede ser? inevitablemente demasiado)

Si esta noche decido ceder al llanto quiero que sepas que no es por vos. Es por mí. Es por haberme expuesto y no obtener ninguna respuesta de tu lado. No trates de entender ni de sostener mi mano. No me digas que te interesa. Creo que escuche todo lo que tenías para decir y siempre comprendi que nunca jamás dijiste nada de verdad. Nada que importe.

Si negara que valés la caída, el golpe y todo lo demás no lloraría. Pero si negara que siempre supe como iba a terminar esto me estaría mintiendo a mí misma. Y ya no puedo seguir mentiendome, aunque lo diga mientras me saco la ropa para acostarme en tu cama. No, no puedo mentirme más.

Valés la pena, la caída y los golpes. Valés lo suficiente como para que tu toxicidad pase como arena entre los dedos, al menos por un rato. Sólo un rato. Después empiezo a sangrar, como ataque al corazón con salida por la espalda.

Sangro por vos, pero la herida es mía y no hay forma de curarla. Trato de estar al lado tuyo, pero lo hacés demasiado difícil. Y a esta edad estoy cansada de lo difícil y de los imposibles. Cansada de los cul de sac sentimentales. A veces parecería mejor irme en silencio, sin dar portazos ni hacer ruidos. Irme para verte a vos mirar para todos lados buscando tu juguete de turno. Esa curita de turno en la que me convertí.

No puedo hacerlo.

Lo cierto es que estoy frente a un nivel de toxicidad que prometí no volver a tolerar por parte de ningún otro hombre. Sin embargo, y esto lo tengo que admitir, acá me encuentro: soportándolo todo pese a saber qué aquello que resulta mejor para mi es casi imposible de respetar. Acá estoy: haciendo todo lo que puedo por vos y para sostener esto la mayor cantidad de tiempo posible.

Estoy:sabiendo que la mierda, a veces, es más importante en tu vida que mi cuerpo aferrandose al tuyo mientras escucho que me preguntas por qué no aparecí antes en tu patética vida.

Sería más sencillo si te hubierse dado la espalda u ignorado. O si hubiese logrado esconder mi instinto caníbal debajo de la cama y desistir en la busqueda del arca perdida. Si todo eso fuese así, sí, sería más sencillo respirar. Como no lo es, escribo cartas anónimas en el vidrio de un taxi, llenas de cosas que no te puedo decir. Por eso escribo esto.

No trates de entender, ni sostengas mi mano. Congelate un momento así puedo salir del agua y respirar. No me digas que te interesa cuando no podés demostrarlo. Este es el momento de decir: esta chica ha estado en este mismo lugar tantas veces antes que ya no es cliente de la firma. Es momento de decir: no pertenezco a ese lugar dónde el dolor es moneda corriente. No quiero pertenecer allí dónde lo tóxico del otro es una carga sobre la espalda día a día Y vos me llevas a eso


No puedo hacerlo.Ya no puedo seguir haciendolo.

25.2.09

Tóxico cinco: entra, lo mira y se pregunta ¿cuan tóxico puede realmente ser?
No es casualidad. Los nombres me persiguen y los hombres que me gustan siempre tienen las mismas características. Ante todo, y más allá de cualquier otro rasgo, son tóxicos hasta la médula. Y yo, una y otra vez, voy y dejo que se metan. Me empapo, me enamoro y des-enamoro con cada palabra nueva o vieja, con cada hilo de coherencia o saliva compartido. Voy, una y otra vez, hacia el núcleo latente de eso que me hace mal, con la esperanza ciega de que por una vez la realidad no esté escrita. Siempre me encuentro mirándome al espejo alguna madrugada, incomoda por el colchón, por los ruidos, por la presencia de ese cuerpo que me resulta extraño y conocido a la vez. Me miro y me pregunto quien soy, y quién es la persona con la que estoy durmiendo. Otras veces, las más entretenidas y dolorosas, cuando más se pone en juego mi palabra y mi deseo, no me animo a sentenciar la toxicidad del otro. Me miro en su espejo una madrugada y sólo pregunto: ¿cuán tóxico puede realmente ser? Y ahí sí, definitivamente, me pierdo contenta en ese colchón incómodo, en esos ruidos que nunca escuche antes. Me acoplo al cuerpo del otro y me hago una con él y con la posible toxicidad que contiene su existencia. Como si entre sueños dijera: intoxicame, que está bien. Sí, ahí sí, estoy perdida y sin salida. Amargo o dulce, o una mezcla de los dos, como le gusta a él, el devenir empieza a desgajarse ante mi cuerpo como una nube de impaciencia, de palpitaciones extrañas, de dolor, vergüenza, y sueños cortos dónde siempre está él -no importa quien- haciéndome alguna pregunta extraña o desmedida, fuera de tiempo, de lugar y de forma. Amargo o dulce, se desenrolla el devenir. Y me someto a la duda, la gran duda incontestable, acerca de su toxicidad y el efecto –permanente o momentáneo- que podría tener en mi cuerpo. Lo tóxico empieza a crepitar con las llamadas sin contestar, con las excusas, con las palabras no dichas y con las dichas demasiadas veces. Crepita y la miro subirse a mis pies. Y aunque me devore la curiosidad, o las ganas de salir corriendo, me duermo todas las noches haciendo un corte transversal y casi perverso entre pulp y nine inch nails (por el que más de uno me querría asesinar):
You are the drink i should have never drunk, you are the cut that makes me hide my face, you are the needle in my vein, you are de bullet in the gun, you are all the things i cannot hide, and I am the sex that you provide, I am denial, guilt and fear, and I control you. Oh well, you know what I mean. I've done this before and I will do it again. Menos mal que sólo somos amigos.

16.2.09

Tóxico tres: ese hombre que es principe verde y nunca azul.

Accedo. Él ya sabe que lo nuestro no es sexo y que a mi me gusta hablarle porque siempre tiene algo para decir. Él sabe. Esas conversaciones que nunca terminan, o que siempre estan empezando en lugares distintos. Le puedo hablar, y mientras tanto, le enseño el sutil arte de tener una a miga mujer. Algo que, a decir verdad, él no ha conocido en sus 25 años. Siempre estuvo el sexo en el medio, con todas, juntas o separadas, y yo me plante como aquella con la que no. Y no es mi costumbre decir que no. Él tambien dijo que no, y tampoco es de esos que acostumbren negarse -a si mismos- un polvo.
Tampoco creo que mi rotundo no haya sido porque aprendí que con hombres imposibles no se pueden tener relaciones posibles. No es una de las cosas que están en mi haber, aunque debiera ser de esa forma. Sin embargo, con él, lo imposible de la imposibilidad era demasiado para sostener.Y los dos sabíamos eso. Entonces mi respuesta a una pregunta inexistente fue no, aunque él nunca llegó a hacer la pregunta. Y si se la hizo, fue piel para adentro.
Cuando le hablo del sutil arte de tener amigas mujeres se ríe de una forma inocente, y no puedo dejar de pensar que esa risa es la de un adolescente aún muy confundido, en el cuerpo de un hombre y con los problemas de un hombre. Será por eso que le recomendé un psiquiatra, entre línea y línea.

Acceder. Accedo a algo distinto y le pregunto un viernes a la tarde si quiere ir a tomar una cerveza. Vacila y dice que no puede. que la madre, que las responsabilidades, que está limpiándose, depurando su cuerpo de todo los excesos que tan convencido cree ahora que no volverá a cometer. Me muerdo la lengua para no decirle que no existen absolutos en el supuesto camino a la redención, y que ese camino no tiene como objetivo ninguna redención. Es sólo un camino más de todos esos que, casi obligadamente, tenemos que transitar para llegar a ningún lado. Caminar sin preguntarte demasiado por qué lo estás haciendo. Aunque eso para los eternos existencialistas que jamás superan la angustia del no ser, ni se asquean de sí mismos cuando el reloj toca las doce y la carroza se convierte en calabaza, tambien sea un imposible.

Accediendo. A veces resulta importante preguntarse a qué accede uno cuando conoce a alguien. Exista o no esa atracción instantánea, de a ratos, esa atracción tiene que ceder ante algo más importante, como por ejemplo recomendar un psiquiatra para que medique a una persona que sin realmente quererlo o buscarlo está siendo tóxica a un grado intolerable para su entorno y para sí misma. Ese entorno incluye a la familia, como corolario, y como base, a todos los demás con los que nos podemos cruzar hasta en un supermercado. Él es así. No sé si siempre fue así, aunque algunos pueden decirme que sí con toda seguridad. De una forma u otra, él siempre fue adicto a algo, dicen. Siempre va a ser adicto a algo, digo yo. Y en ese sentido no va a poder cambiar. Tal vez eso es lo que me une a él y es la razón por la que el sexo jamás va a ser un impedimento entre nosotros. Tal vez sea esa, o tal vez es que me resulta tan espejo y tan necesario que no puedo dejar de decirme no a mi misma. Tengo suficiente toxicidad en mi cuerpo y para con mi vida como para anexarle a todo eso la toxicidad que él escupe por los poros, tratando de dejar muerto todo lo que lo rodea. Just for the fuck of it.

19.1.09

Tóxico cuatro: madre, no quiero tu veneno.


La crueldad de sus palabras ha alcanzado niveles intolerables. Vos sabés que se está pasando de la raya, pero de alguna forma, cómo te dice al oído ese hombre que de a ratos te compara con su propia madre por la velocidad de tu motor mental, es cierto que las reglas son las de la casa, y que jamás vas a salir a mano cuando las cartas las tira otro.

Lo único que sí sabés es que no querés más ese veneno de madre que desliza por debajo de la puerta como una faina fría de domingo a la mañana. No querés más los gritos, ni la angustia, ni las eternas recriminaciones, ni que te diga que quiere que te vayas de su casa cuando sabés que tu respuesta envenenada es que no sólo vos también querés irte, sino que a veces querés que se muera porque así te va a matar a vos o se va a matar a ella y la culpa, la culpa de su no existir, va a ser tuya.

Mala leche envenenada, madre que sólo sabe pedir las cosas con tono de recriminación, o hablarte desde esa postura pelotuda de psicóloga que sabe, que se sabe en todos lados, no puede usar con su propia hija.

Nunca fuiste suficiente, e incluso, algunas veces, fuiste demasiado. Entonces pasás a ignorarla, mientras te preguntás por qué mierda tiene que ser así de difícil querer a alguien, justamente cuando ese alguien te dio la vida y te pasaste un cuarto de siglo pagándole alquiler emocional.

No querés más ese veneno, entonces se convierte en un poste de carne y hueso, una esponja de tu energía, una razón más para trabajar en una guardia de mierda de lunes a viernes hasta después de las doce de la noche y no pasar ningún momento con tu familia, incluyendo a tu padre y a tu hermano que son víctimas de lo mismo, pero que a diferencia de vos y tu imposibilidad de ser, lo manejan de otra forma o lloran de la desesperación cuando nadie los ve.

No querés más veneno, no querés más culpa, y ahora, en vez de desear que estuviera muerta pensás que la que se debería morir es la persona que la hizo así, la que le arruinó la vida por completo y a quien ella también le sigue pagando alquiler emocional a los 60 años.

Pensás en prender fuego el geriátrico, en contratar a alguien de la mossad para que la mate, o de convencer a tu viejo de que ya no le de más comida a la vieja de mierda que es tu abuela, a ver si así, de una vez y por todas, tu mamá deja de ser una culebra y empieza a ser tu mamá otra vez, esa que podés querer y de la que incluso te bancas alguna recriminación o algún discurso psicológico pelotudo, porque de última, es tu vieja, y no puede ni sabe haber nada más que lo que hace con vos, y eso, por suerte, está bien.

15.1.09

Toxico dos (dejando la toxicidad y el afecto separados, cual agua y aceite)


Las despedidas con vos son tóxicas. A veces, parada en la calle mientras no me puedo despedir de vos como me gustaría, me siento una naranja llena de veneno. Y no es algo que vos digas o que vos dejes de decir, no. Tampoco es algo que vos hagas o dejes de hacer. Entiendo los límites, sean tuyos o míos, y lo único que pude pedirte ese día fue que no te enamoraras. Cómo si vos pudieras enamorarte de mí, justamente de mi, que no te puedo dar nada más de lo que te estoy dando.

Hago castillos de cristal con palabras empujadas al extremo por obra y gracia de una estimulación externa. Después entiendo que esto es un juego, y que en vez de estar llena de veneno cuando no puedo obtener lo que quiero de vos, debería estar tranquila de saber que a vos, mientras te alejas, también te pasa algo parecido.

Son tantas las cosas que no te pediría. Son tantas las cosas que sé que no corresponde pedir. Son tantas las veces que la criatura de tres años que nada bajo el agua, que vos describís con tanta fascinación cuando te pregunto, se me viene a la cabeza como impedimento.

No mires atrás, me dije ayer. No mires para atrás, me repetí. Pero mire igual y vos no estabas. Ahí volvió la toxicidad, se apoderó de mi por unos instantes y antes de empezar a caminar rumbo a la estación de tren la deje tirada en una esquina para que otro, que quiera usarla, o que crea que la necesita más, la agarre.

Las despedidas tienen ese sabor amargo, tóxico, inexorable. Las despedidas cuando estás vos son un poco más amargas, un poco más tóxicas, y del todo inexorables. Inexorables hasta la próxima vez que en dos horas podamos hablar, o tener sexo, o ser lo que siempre quisimos ser pero nunca nos animamos a serlo frente a los demás.

Cuando no hay ropa de por medio, cuando necesitas un abrazo, cuando sé que sos pro estatus quo y que yo soy la mujer más under de tu vida y que más querés en este momento...cuando todo eso, crepita ante mi, lenta y despiadada, la necesidad de intoxicarte a vos con mi veneno.

Me freno, lo pienso primero, lo siento después. Y termina resultando que no, que mi toxicidad es tan mía que pasártela a vos sería un crimen. Un crimen que destruiría nuestro contrato verbal de silencio, complicidad, necesidad y algo de afecto.

No sos una persona a la que quiera intoxicar. He querido intoxicar a tantos hombres en mi vida. He, de hecho, intoxicado a tantas personas en estos 25 años. Pero vos, con tu retórica, con los límites preestablecidos, con el karma que se dibuja en líneas al rededor de tu figura, vos, con tu todo eso, estás bien para mi en este momento, así como sos y así como te necesito.

Por eso escurro las gotas de veneno cerca de Belgrano y me subo al tren sabiendo que estás pensando en mí, y que sabés que yo también estoy pensando en vos, o tal vez no en vos, sino en vos pensándome a mi.

Dejo lo tóxico de lado frente al recuerdo de mi cuerpo desnudo y a tus abrazos profundos. Dejo de lado el veneno cuando me levanto a la mañana y no estoy segura de nada (después de todo, la mañana nunca fue mi mejor momento del día para tomar decisiones).

Vos no sos tóxico para mi. La única que es tóxica para sí misma es quien escribe. Y el otro crimen sería dejar que mi toxicidad se transplante a las pocas horas por semana que te puedo ver.

Vos, así y como sos, en este momento de mi vida, sos más que suficiente.

Habrá que ver que sucede el día que tenga la cuerda en las manos: está claro que pese a la falta de toxicidad de esta relación intermitente, alguno va a perder. Y por una vez espero que los que perdamos seamos los dos.

13.1.09

Tóxico uno: de la señora que no sabía volver a casa


La señora que vendía jugos de fruta frescos en una esquina del bajo flores, sin saber leer o escribir, sin conocer las calles del que es su barrio desde que se vino de una localidad ignota de Bolivia hace 15 años. Sostiene sus manos y tartamudea ante la catarata de preguntas que estoy obligada a hacer, se angustia ante mis ojos desencadenando una serie de excusas que limpian como un chorro de agua el piso del subsuelo donde se conduce la entrevista. Tiene los dedos tan corteajados de trabajar quién sabe en qué, quien sabe dónde, que sus huellas dactilares son un asomo de lo que lo que alguna vez supieron ser.

A la quinta pregunta me detengo, y miro el techo oscuro de ese lugar que tanto se regodea en no ser un calabozo ni una comisaría sin esforzarse demasiado en ser otra cosa distinta. Mis ojos y mi pelo son la única cosa que brilla en ese lugar, además de los anteojos de la señora, que ya está empezando a llorar. Dejo de mirar el techo y la miro a ella. Le pregunto si se acuerda de algún número de teléfono, de algún vecino con teléfono, de alguna intersección, si se acuerda aunque sea de su número de documento. Nada. Le pido que deje de llorar, le alcanzo los pañuelitos que desde hace más de un mes guardo obligatoriamente en mi bolsillo para esas situaciones. Le alcanzo un vaso de agua, deja de llorar.

Miro a los uniformes moverse de fondo esperando alguna instrucción mía y pienso: no soy quien da las ordenes acá, o no quiero ser quien dé las órdenes, pero todos ellos piensan que sí. Y se comportan delante mío como abejitas ocupadas. Sólo cuando los miro. Sé que cuando me voy vuelven al zapping en su Office deluxe, con sus uniformes que no vieron la luz ni la lluvia desde que salieron con el diploma de la Academia.

Vuelvo a la señora, que ya está más tranquila. Me mira, me dice que se quiere ir, pero que no sabe como va a volver a su casa porque no conoce Buenos Aires. Le digo que estoy ahí para ayudarla, que ahora va venir su abogado a hablar con ella, y que lo único que puede hacer es tener paciencia. Estar acá requiere mucha paciencia de parte de los que vienen, y de los que están cuando esos vienen, como yo.

Vuelvo a mi escritorio, levanto el teléfono, hago las llamadas de rigor, anoto las cosas obligatorias, firmo un papel allá y otro acá. Cuando vuelvo a mirar el reloj pasaron seis horas, se acerca una persona a informarme que uno de los hijos de la señora trajo su documento de identidad. Seis horas y media después, la acompaño por las escaleras hasta la puerta. Me agradece como si yo hubiera tenido algo que ver. La miro irse junto a sus hijos, acompañada de algún empleado que la sigue asesorando. Evalúo: la señora era tóxica. no. La situación era tóxica: a medias. Mi trabajo diario es tóxico: sí, definitivamente, sí. Me doy vuelta y vuelvo a mi escritorio pasando la mano por la pared. Lo que no me mata, pienso, dicen que me va a hacer más fuerte. Y después, sin poder evitarlo, me empiezo a reír sola.
.

10.1.09

Toxicum


Toxicidad es: una. dos. tres. cuatro. diez pastillas blancas en mi mesa. Las miro con algún detenimiento. No es como mi crónica anunciada con la metaanfetamina a los diecinueve. No es como mi adicción al gbl. No es ocmo vivir a toda velocidad o reducir la magnitud del instante a cero dependiendo de lo que un prospecto, un dealer, erowid o mi experiencia me digan.
No es como nada de eso. Tóxico. Todo es tóxico hoy. Mi cuerpo es tóxico para mí cabeza, y mi cabeza, como siempre, es una toxicina crónica para mi cuerpo. Síntoma: empezamos de nuevo. Aquél sintoma me lo coji (tomás, qué tomás? drogas). Ahora hay otro. Lets me see.