25.2.09

Tóxico cinco: entra, lo mira y se pregunta ¿cuan tóxico puede realmente ser?
No es casualidad. Los nombres me persiguen y los hombres que me gustan siempre tienen las mismas características. Ante todo, y más allá de cualquier otro rasgo, son tóxicos hasta la médula. Y yo, una y otra vez, voy y dejo que se metan. Me empapo, me enamoro y des-enamoro con cada palabra nueva o vieja, con cada hilo de coherencia o saliva compartido. Voy, una y otra vez, hacia el núcleo latente de eso que me hace mal, con la esperanza ciega de que por una vez la realidad no esté escrita. Siempre me encuentro mirándome al espejo alguna madrugada, incomoda por el colchón, por los ruidos, por la presencia de ese cuerpo que me resulta extraño y conocido a la vez. Me miro y me pregunto quien soy, y quién es la persona con la que estoy durmiendo. Otras veces, las más entretenidas y dolorosas, cuando más se pone en juego mi palabra y mi deseo, no me animo a sentenciar la toxicidad del otro. Me miro en su espejo una madrugada y sólo pregunto: ¿cuán tóxico puede realmente ser? Y ahí sí, definitivamente, me pierdo contenta en ese colchón incómodo, en esos ruidos que nunca escuche antes. Me acoplo al cuerpo del otro y me hago una con él y con la posible toxicidad que contiene su existencia. Como si entre sueños dijera: intoxicame, que está bien. Sí, ahí sí, estoy perdida y sin salida. Amargo o dulce, o una mezcla de los dos, como le gusta a él, el devenir empieza a desgajarse ante mi cuerpo como una nube de impaciencia, de palpitaciones extrañas, de dolor, vergüenza, y sueños cortos dónde siempre está él -no importa quien- haciéndome alguna pregunta extraña o desmedida, fuera de tiempo, de lugar y de forma. Amargo o dulce, se desenrolla el devenir. Y me someto a la duda, la gran duda incontestable, acerca de su toxicidad y el efecto –permanente o momentáneo- que podría tener en mi cuerpo. Lo tóxico empieza a crepitar con las llamadas sin contestar, con las excusas, con las palabras no dichas y con las dichas demasiadas veces. Crepita y la miro subirse a mis pies. Y aunque me devore la curiosidad, o las ganas de salir corriendo, me duermo todas las noches haciendo un corte transversal y casi perverso entre pulp y nine inch nails (por el que más de uno me querría asesinar):
You are the drink i should have never drunk, you are the cut that makes me hide my face, you are the needle in my vein, you are de bullet in the gun, you are all the things i cannot hide, and I am the sex that you provide, I am denial, guilt and fear, and I control you. Oh well, you know what I mean. I've done this before and I will do it again. Menos mal que sólo somos amigos.

16.2.09

Tóxico tres: ese hombre que es principe verde y nunca azul.

Accedo. Él ya sabe que lo nuestro no es sexo y que a mi me gusta hablarle porque siempre tiene algo para decir. Él sabe. Esas conversaciones que nunca terminan, o que siempre estan empezando en lugares distintos. Le puedo hablar, y mientras tanto, le enseño el sutil arte de tener una a miga mujer. Algo que, a decir verdad, él no ha conocido en sus 25 años. Siempre estuvo el sexo en el medio, con todas, juntas o separadas, y yo me plante como aquella con la que no. Y no es mi costumbre decir que no. Él tambien dijo que no, y tampoco es de esos que acostumbren negarse -a si mismos- un polvo.
Tampoco creo que mi rotundo no haya sido porque aprendí que con hombres imposibles no se pueden tener relaciones posibles. No es una de las cosas que están en mi haber, aunque debiera ser de esa forma. Sin embargo, con él, lo imposible de la imposibilidad era demasiado para sostener.Y los dos sabíamos eso. Entonces mi respuesta a una pregunta inexistente fue no, aunque él nunca llegó a hacer la pregunta. Y si se la hizo, fue piel para adentro.
Cuando le hablo del sutil arte de tener amigas mujeres se ríe de una forma inocente, y no puedo dejar de pensar que esa risa es la de un adolescente aún muy confundido, en el cuerpo de un hombre y con los problemas de un hombre. Será por eso que le recomendé un psiquiatra, entre línea y línea.

Acceder. Accedo a algo distinto y le pregunto un viernes a la tarde si quiere ir a tomar una cerveza. Vacila y dice que no puede. que la madre, que las responsabilidades, que está limpiándose, depurando su cuerpo de todo los excesos que tan convencido cree ahora que no volverá a cometer. Me muerdo la lengua para no decirle que no existen absolutos en el supuesto camino a la redención, y que ese camino no tiene como objetivo ninguna redención. Es sólo un camino más de todos esos que, casi obligadamente, tenemos que transitar para llegar a ningún lado. Caminar sin preguntarte demasiado por qué lo estás haciendo. Aunque eso para los eternos existencialistas que jamás superan la angustia del no ser, ni se asquean de sí mismos cuando el reloj toca las doce y la carroza se convierte en calabaza, tambien sea un imposible.

Accediendo. A veces resulta importante preguntarse a qué accede uno cuando conoce a alguien. Exista o no esa atracción instantánea, de a ratos, esa atracción tiene que ceder ante algo más importante, como por ejemplo recomendar un psiquiatra para que medique a una persona que sin realmente quererlo o buscarlo está siendo tóxica a un grado intolerable para su entorno y para sí misma. Ese entorno incluye a la familia, como corolario, y como base, a todos los demás con los que nos podemos cruzar hasta en un supermercado. Él es así. No sé si siempre fue así, aunque algunos pueden decirme que sí con toda seguridad. De una forma u otra, él siempre fue adicto a algo, dicen. Siempre va a ser adicto a algo, digo yo. Y en ese sentido no va a poder cambiar. Tal vez eso es lo que me une a él y es la razón por la que el sexo jamás va a ser un impedimento entre nosotros. Tal vez sea esa, o tal vez es que me resulta tan espejo y tan necesario que no puedo dejar de decirme no a mi misma. Tengo suficiente toxicidad en mi cuerpo y para con mi vida como para anexarle a todo eso la toxicidad que él escupe por los poros, tratando de dejar muerto todo lo que lo rodea. Just for the fuck of it.