12.12.08

Se convierte en una tarea ardua, casi imposible, pelear contra los pequeños molinos de viento que gustan llamarse a sí mismos neuronas.

A veces en algún sueño corto, de esos que hacen que me levante sin aire, la idea -casi como una forma- de que soy suficiente para vivir en este mundo, que mi persona alcanza -y a veces sobra- para considerarme un ser humano, se aparece sin pedir permiso.

Nada pide permiso estos días, siquiera la muerte. Viene y se lleva lo más pequeño e importante que tenés, te mira a los ojos, te hace saber que aunque te escapaste una vez, la segunda no tenés salida.

No. Nada pide permiso y mucho menos la muerte.

En alguna conversación profunda que tuve conmigo misma hace poco entendí bastantes cosas sobre el fantasma que llevo adentro. Algunas otras, en esa misma conversación, tuve que aceptar no poder llegar a entender nunca.

Aceptar. Acepto. Me acepto. Te acepto a vos con todas tus fallas, con tu falta de romanticismo, con tus hilos de titiritero, que usas para moverme de un lugar a otro o para dejarme quieta durante semanas.

No. Nada pide permiso hoy en día. El señor de traje y ojos profundos que uso todo lo que tenía a su alcance para darle un final -ni feliz ni infeliz- a algo que había empezado siete años antes, no fue la excepción.

Ahora que él logro lo que quería, que ya llegue a buenos términos con la idea de ser una mezcla de amor platónico y amante sin contrato, pienso que debería haberle exigido, al menos, que me pidiera disculpas cuando se fue y dejó la puerta de mi cabeza abierta de par en par.

Al menos eso: si nada pide permiso, que exista la idea -mínima- de disculparse cuando el curso causal lleva al daño emocional extremo. Bueno, para ser menos dramáticos podemos decir: rasguño de ventrículo izquierdo del músculo llamado corazón.


Y sí: I'm gonna close my body now.