4.8.05

in limine:

La paso a buscar por el dentista y caminaron por adentro del barrio hasta desembocar en la calle donde quedaban sus casas. En varios puntos del trayecto ella se levanto la pollera y él sólo la miró, porque no era la primera vez. Había momentos en los que a ella no le importaba nada, y a él en el fondo eso le encantaba. Se sentaron en el pasto de la plaza, se fumaron un porro como en las viejas épocas y hablaron de política. Luego terminaron hablando de lo rápido que habian pasado los años desde que habían terminado el colegio, de esos tiempos en los que usaban uniforme y él era "de los más grandes", de lo imposible del amor, de la vida real, de lo incierto de su futuro. Ella le dijo que mucho no le importaba lo que podría pasarle mañana, y él no dijo nada porque sabía que era mentira. Se acostaron en el pasto, él mirando sus piernas y ella mirando el cielo. Pensó que tal vez ahora la ropa le tocaba sacarsela a él, pero eso era algo de lo que mejor todavía no hablar. Ella le dijo que estaba sangrando todavía, que la habían lastimado a penas hace unos días, que había perdido algo muy grande, que se asemejaba a un aborto pero que otra cosa aún mayor se había quedado en su cuerpo y eso era la ausencia de dolor. Ninguno de los dos pudo ignorar que ese día de agosto se parecía a sus días de enero sentados en esa misma plaza y que el tiempo entre los dos en realidad no había pasado. Cuando se miraban siempre estaba el mismo reflejo. Los ojos de ella se ponen especialmente lindos con la luz del sol, pero los ojos de él no. A ella le gustan igual, los extraña lo mismo cuando no los ve, siempre los recuerda. Se pararon para seguir caminando.Él adelante, ella atrás, como siempre. La esperaba cada tres pasos así podían caminar juntos, pero cinco pasos después ella quedaba atrás otra vez. Muchas veces habían caminado por ese barrio a la salida del colegio, muchas veces habían alucinado severas deformaciones entre esos árboles, muchas veces ella había llorado porque no la quería, muchas otras veces el no había podido entender quererla tanto. Aunque entre ellos no existe ni adios ni amor, tampoco empezaría a existir a partir de esa tarde, asunto que estaba más que aceptado por los dos: no se trataba de eso. Todo esas cosas siempre encuentran la manera de ganarse el camino entre lo que parece más inmediato, y convertirse en lo único que uno puede recordar cuando las intenciones de un encuentro están establecidas desde el comienzo. Cuando uno ya sabe donde va a terminar y con quien, siempre piensa en lo que va a pasar después. Pero ellos dos lo sabian hace mucho tiempo.
En busca de alguna excusa hablaron de cine, él siempre con sus novedades, ella siempre con sus peliculas raras. Le pregunto si seguía pintando. Le pregunto si seguía escribiendo. Le pregunto si tenía que volver a su casa temprano. Le pregunto si lo había extrañado. Le pregunto muchas cosas más, que ella no escucho. Se perdía entre las arrugas de sus manos y sus pocos años más de vida que, puta madre, en algún momento habían sido abismales. Se dió cuenta cuanto podía llegar a hacerse desear ese cuerpo, y que eso de amor no tenía nada. Hace algunos años se había confundido esas sensaciones físicas por falta de experiencia. Era fascinación, pensó, que es algo distinto ahora. Él, en cambio, al pensar en ella se decía a si mismo: obsesión por ser yo el que la pueda calmar, por ser yo quien la haga sentir. Le pregunto si aún tenía ese librito de poemas que le había hecho cuando ella tenía 15 años. Dijo que sí, que algún día se lo iba a mostrar, que estaba enterrado con todos los otros muertos en el fondo de un cajon azul. Él confeso que tenía uno de sus libros de Camus y ella se sorprendió: se había olvidado de ese libro. Le dijo que tambien tenía uno de sus cuadernos verdes, que había logrado que se lo prestara sólo para poder quedarselo. Llegaron a la puerta de su casa y ella hundió la nariz en su hombro. Él todavÍa tenía ese olor a ropa limpia. Ella todavía tenía olor a ella. Abrió la puerta, entro y la miro para ver si ella tambien iba a entrar. Con el seño fruncido se paró sosteniendo el borde de su pollera y lo miro con una sonrisa. Era tonto hacer de cuenta que no sabían adonde iban. Así que le dijo: es tonto no entrar después de tanto tiempo. Hizo una pausa. Pero ahora sos como un hermano, agregó. Los dos se rieron en voz alta. Entonces será incesto, respondió él, un gran gran incesto. Por primera vez en casi 7 años estuvieron de acuerdo. Cerraron la puerta.

De este lado de la madera el tiempo lentamente volvía a empezar.

(cont...? sólo si tengo ganas)

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