19.5.05

Podría decir que creo que alguna vez
pensé que tenía una voz lo suficientemente fuerte como
para hacer que un crowded room se diera vuelta a
mirarme. Podría decir que hace apenas unos años,
cuando yo era otra, salia a mirar el cielo y sabía
(simplemente sabía) que podía mover un glaciar con la
fuerza que tenía adentro. Pero, otra vez, eso que supe
ser ahora no está, y lo que si se puede encontrar
es la tormenta santa agustina
deshaciendo todo a su paso, recolectando emociones
ajenas, buscando palabras mágicas en el bolsillo de un
ciruja, leyendo los escritos en los baños urbanos
mientras mea y trata de conjugar a un pelirrojo
optimista para que la venga a buscar cuando esta a
punto de quebrarse.

Como todos los días me siento ante este
                  papelito en blanco                                                                                     
esperando encontrar lo que me hace
falta para escribir sin escupirme. Me siento ante el
papelito en blanco, me miro las manos, huesudas, secas
(el invierno viene una vez por año, se posa en mis
manos, hace un quilombo barbaro y se va a resecarle la
piel a la proxima princesa encerrada en un castilo de
cristal).

¿Será tal vez que me horroriza algo que le dije a mi mejor amigo hace 5 años, sentados en la esquina del que era nuestro colegio secundario, con nuestros uniformes, nuestros optimismos, nuestras tardes de ácido y nuestras cocacolas en mano?

"no te olvides que siempre vamos a seguir creciendo. Eso no para hasta el día en el que te moris".

No me refería, claro está, al crecimiento físico, al crecimiento intelectual o, y me río mucho al pensarlo, al crecimiento emocional. Habla del simple y muy constatable hecho de que, el tiempo sigue pasando y la gravedad (como dice la canción) siempre gana. Nosotros vamos convirtiendonos en ese residuo de la gravedad, nos vamos yendo para abajo, escurriendonos como los relojes de Dalí. Haciendonos cajones de piel como su Venus. Pero nuestros cajones no están abiertos. Nuestros cajones estan cerrados herméticamente, desde adentro. Y no hay manera de saber qué es lo que guarde adentro hasta que cruce del otro lado.


de este lado.
del otro lado.
de ambos.


Me paro en el medio de mi azulada habitación
y no sé (simplemente no sé) de qué lado del espejo estoy parada.
No me angustia.
No me pone triste.
Me doy cuenta, entiendo claramente, que todo lo que pase, deje de pasar, se haga, o deje de hacerse, depende exclusivamente de mi. Y que todas esas vocecitas que escucho en mi cabeza no son todas mías. Son de otros. Son de otros que -still- intentan decirme que hacer.
Me paro en el medio y miro
un lado
y
el otro.
Los quiero a los dos.
No voy a elegir. Me niego a elegir.
Es como aquel dragón chino gigante que revolotea por todos lados. Hasta que se encuentra con un espejo. Entra en el espejo. Encapsulado. Nostros rompemos el espejo. El dragón ya no existe.

a mi nadie me va a romper. por lo menos no en lo que queda de este día.

nota mental:
meme + meme = 0


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