10.5.05

Estaba tirada en el diván hoy y le dije a mi psicologa que creía que tal vez todo estaba un poco mejor. Y hasta me lo creí. Sali del edificio, aún tenía conmigo una sonrisa. Pase por esa veterinaria sobre Cordoba (¿o será animalería? siempre me queda la duda) y vi esos pájaros que me gustan a mí en esas jaulitas diminutas, y me dije a mi misma que no me gustaría ser como ellos. "A mi no me enjaulan más", o al menos esa es la gran moraleja de estos últimos meses. Claro que siempre sigue vigente el periplo de que en realidad de la jaula no salimos hasta que dejamos de respirar. Pero prefiero dejar de lado los pensamientos sartrerianos por ahora: me provocan acidez. Camine hasta la parada del 29, pensando en la posibilidad de irme en subte hasta el final de linea verde y tomarme el 60. Luego cambie de opinión al ver al 29 doblar la esquina casi vacio. Mano levantada, y listo, arriba del 29. Unos inusuales 45 minutos después estabamos en Metropolis pujando entre autos, taxis, motos y colectivos varios para salir adelante. El tránsito, nena, es el tránsito, pensé. Buenos Aires querida, los semaforos complotan contra vos. Lois Mary of the Fields y la via, o sea, barrancas de Belgrano, el siguiente escenario: Trenes parados en la estación, gente fuera del tren, tren vacio, una fila desde la boletería hasta Juramento para comprar boleto, las 3 máquinas expendedoras *fuera de servicio*, una señora gritandole al pobre boletero para que le reintegren la plata del abono porque ella esto y lo otro y me di media vuelta y pensé: "Porque mierda me baje del 29? podria haber seguido hasta provincia y...". Caminé unos metros hasta la parada del 60. Y ahí vi la otra gran cola de gente para subirse a los distintos 60 (son muchos, eh). Por supuesto que estaban todos con malos -maliiiisimos- ánimos. Además, por que no podía faltar, había algunos colectivos que no frenaban. Al final, después de pensar una estrategia, me prendi un cigarrillo dispuesta a que pase el 60 que siempre creí nadie se toma por desconocer hasta donde va. Esperando esperando, me empujo una señorona y plaf, cigarrillo al charco de la vereda. La sonrisa todavía estaba conmigo, así que me prendí otro y seguí esperando. Cuando finalmente vino el 60 bendito 60 se había ido al carajo mi teoría de la ignorancia racional colectivezca y todos me estaban apretujadando para entrar y conseguir un asiento, que, dicho sea de paso, no había pero ni de putisima casualidad.


Aceptando la premisa implicita de viajar hasta la loma del orto y más allá parada y apretujada, me dedique a mirar pacificamente por la ventana. Media hora después las piernas me dolían, pero poquito. I endured, pensando en la cena y prendiendome a mi botella de brebaje malvado con la esperanza de que mi mamá hubiera ido al supermercado ese día y comprado más. En el fondo de mi craneo (cada vez más en el fondo, al final, al final bien último) la idea de "pero, mujer, este todavía es un gran día" empezaba a hacerse humito. Mis piernas dolían un poco más cada cuadra, cada frenada...mi hombro se empezaba a resentir por el bolso-agujero negro sobre mi espalda. La señora que estaba sentada frente a mi no daba ni una mínima señal de querer bajarse. Estuve a punto de preguntarle: "Pelotuda del carajo, vos no pensás dejar ese asiento nunca?", pero las reglas básicas de coexistencia me lo impidieron. Para distraerme apretaba el puño y los dientes. Luego pasé a masticar el pico de la botella que tenía en la mano.

Pensé que no podía pasar nada más. Pensé mal. Cuando el colectivo se acercaba a la Quinta de los Olivos, el tránsito se puso espeso y pegajoso. Había un piquete. Si señor, un piquete, o accidente, o simil de piquete-accidente. No lo sé. El colectivo estaba tan lleno que no se podía ver por la ventana. Así que ahí fue el 60, como todos los otros colectivos que van derecho por maipu, doblando en la primera calle que estuviera cerca. Desviandose 15 cuadras para cualquier lado, tomandose 20 minutos para recorrerlas y ubicandonos exactamente donde termina la quinta después de toda la mini travesía.

Después todo pareció mejorar: la señora que no se iba a ir nunca de ese asiento se bajo justo cuando mis piernas y mis rodillas empezaban a romperme los ovarios, la paciencia y todo lo demás.


Uno no puede esperar que las cosas mejoren así como así, sería bastante iluso de nuestra parte. Fue entonces como a la hora de bajarme, me pare y me acerque hasta la puerta. Todas las señoras levantadas para bajar en los PROXIMA PARADA estaban adelante mío y cuando me di cuenta que estaban paradas al pedo y que no se corrían ante mis "permiso permiso, permiso porfavorrrrr" ya era demasiado tarde: el colectivero de mierda me había cerrado las puertas en la cara. Así que lo único que me salió, lo único que supe hacer, fue putear y pegarle una patada a la puerta que seguramente me habría traído conflictos con el colectivero de no ser por lo rápido que me baje.

Camine por la calle puteando bajito y pensando que tal vez había algo o alguien que no quería que yo llegara a mi casa. Ese tipo de ideas y algunas más extrañas se me cruzaron por la mente. Justo cuando estaba por pasar el paso a nivel de la via para el lado donde vivo, como quien no quiere la cosa, paso el tren que no me senté a esperar. Cuando le pregunte al quioskero cuando habían empezado a circular otra vez, me dijo que hacia una hora. Es decir que cuando yo estaba perdida detrás de la quinta de olivos por un piquete, accidente o simil de piquete accidente, los trenes empezaron circular otra vez.

Desde que sali de Tribunales hasta que llegue a mi casa habían pasado dos horas y cuarto. Y la sonrisa que traía conmigo se las deje en la caja de sugerencias a los conchudos de TBA de paso por la estación de tren de mi barrio.






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