25.12.07

1.
Una adicción, a mis ojos, no es nada más que una predisposición particular de tipo físico-mental-psicológico a una cierta sustancia y sus efectos. En menor medida, es también cierta fascinación por los rituales anexos a cada sustancia, al entorno en el que se consumen y a las personas con las que esos rituales se llevan acabo. No hay demasiado misterio: algunos son más proclives a esa predisposición particular para con la sustancia, el medio y la gente que otras personas. El resultado de esto es un corte transversal entre usuarios por un lado y no usuarios por el otro. A la vez, dentro de ese grupo que constituyen los usuarios hay mono-usuarios, poli-usuarios, abusadores, personas que se engañan a si mismas, y personas que reconocen en algún nivel haber abocado sus vidas a lo que cariñosamente podríamos llamar psicoexploración. Es asícomo podemos encontrarnos con individuos dedicados por completo al faso, casi como si fuera una religión. También hay personitas que toman lo que sea que encuentren, en cualquier momento y en cualquier lugar, y pobres diablos enredados en la furia de una adicción física o psicológica. No faltan aquellos que consumen irregularmente, mantienendo distancia con ese monstruo rabioso y mediatizado llamado "droga". Son personas a las que el discurso oficial logró exitosamente plantarles la noción de que las drogas son malas porque hacen mal, y que si uno las toma es muy malo, porque son malas y hacen mal porque uno no las debe tomar. ¿Cual es la lógica en esto? No se la busquen, porque definitivamente no la tiene.
Hay algunas sustancias que, más allá de la predisposición particular del individuo, tienen un componente intrínseco extra que hace mucho más fácil llegar a eso que se llama adicción. Estoy pensando principalmente en dos grupos de sustancias: estimulantes y opiáceos-opioides. Creo que a esta altura puedo afirmar que pertenezco al grupo de personas a las que se les cae la baba por los estimulantes. No solamente hay algo en míque me lleva a preferir la estimulación frente a otros efectos, también son los estimulantes mismos los que facilitan el enrosque. Hay que reconocer que no a todos les gustan, pero que si se insiste un poco con el uso y abuso cualquiera puede terminar enroscado hasta la médula ósea. Lejos estoy de querer adjudicarle personalidad propia a los estimulantes, o a cualquier otra droga. No podríamos decir que las sustancias nos obligan a que las tomemos, de la misma manera que no podemos decir que son malas, teniendo en cuenta que una pastilla no nos caga a azotes ni nos cachetea.
La así llamada adicción a los estimulantes, desde mi propia experiencia, es un asunto del que es muy complicado salir bien parado. Se puede poner feo. Primero está el hecho de que un estimulante como sustancia termina, irremediablemente, por dominarnos. En segundo lugar, renunciar a todo eso que parecen brindarnos (cosas que, vale decir, nunca dejamos de ver como positivas, ni siquiera cuando nos enfrentamos a un bajón monumental o a una abstinencia abismal de domingo por la noche) queda fuera de la cuestión. Y cuando digo que queda fuera de la cuestión me refiero a que con el uso crónico nuestra manera de pensar cambia radicalmente, y empezamos a pensar en los términos de esa sustancia como fuente generadora de todo lo que nos rodea. Un estimulante es una sustancia que milita a favor del individualismo, del egoísmo más oscuro, de ponernos a nosotros antes que todo y todos los demás. El mundo deja de ser algo de lo que nosotros formamos parte, entre muchos otros, para ser un lugar que forma parte de nosotros. Todo se mide en términos de costos y beneficios, y las relaciones humanas se convierten en la primer herramienta para lograr nuestros objetivos, no como algo cotidiano, sino como un mal necesario al que nos debemos someter. Llega un punto en el camino en el que solamente quedamos nosotros y el estimulante -cualquiera que sea-, y todo lo demás pasa a un segundo plano. Es difícil explicar como funciona la mente de alguien que depende de un estimulante para empezar el día, trabajar, estudiar, divertirse, pensar y existir, y, finalmente, para sentirse completo en toda esa estimulada individualidad.
¿Como dejar de consumir si gracias a esa sustancia somos individuos completamente funcionales? ¿Como dejar, si son los estimulantes los que me permiten sobresalir en todo lo que hago, rendir más, ser más fiel a mis creencias, ser mejor que los demás, estar en todos lados a la vez y nunca fallar en nada de lo que hago? ¿Como puede ser posible que alguien considere que tomar esto me puede hacer daño de alguna manera? No necesito a nadie ni nada más que esta sustancia y mi cuerpo para vivir, para existir propiamente dicho.

2.
A la larga, el sueño se termina convirtiendo en la barrera para el éxito. Dormir es perder tiempo valioso en el que podríamos estar haciendo cosas más productivas. Podríamos estar terminando ese trabajo de la facultad o ese informe que hay presentar el lunes, o leyendo algo que nos revele el secreto que durante tanto tiempo nos ocultaron sobre el porque de nuestra existencia, o podríamos estar pensando en el diseño de un magnifico plan para arreglar al mundo y despojar al ser humano de toda su miseria existencial. Este es el punto en el que comienzan los problemas. Y cuando digo problemas, me refiero a problemas de verdad. Es cierto que cuando comenzamos a transitar este camino de idolatrización hacia la sustancia, efectivamente somos individuos más productivos y eficientes. Es cierto que todo nos sale bien y que no parece haber nada capaz de derribarnos. Todo empieza a tener más sentido, o un sentido que hasta entonces no habíamos descubierto. Los eventos, por más minúsculos que sean, empiezan a interconectarse unos con otros, y todo encaja a la perfección, como un rompecabezas. Nada se nos escapa, porque comprendemos todo. También es cierto que nace en nosotros una necesidad de conocimiento insaciable. Absorbemos información a toda velocidad, porque nada nos parece difícil o imposible. Nos imponemos metas extraordinarias y trazamos planes para cumplirlas, con la confianza de que, siempre y cuando los estimulantes nos hagan companía, son perfectamente plausibles. El mundo gira al rededor nuestro, por nosotros y para nosotros. No hay nada más, y estar vivo empieza a valer la pena. El problema reside, paradójicamente, en la sustancia misma. Lo que nos permite ser casi perfectos es lo que en definitiva empieza a convertirse en un problema. Cada vez es más la cantidad que debemos tomar para llegar a un determinado punto de complitud, cada vez dura menos nuestra estadía en ese punto y cada vez nos aflige más el hecho de tener que bajar de ese lugar tan fantástico. Las giras empiezan a ser más largas, los pensamientos mas erráticos, y nuestro cuerpo no responde de la misma manera que antes. Nuestra ambición sin fin comienza a formularse en términos de "cantidad de sustancia", y todos nuestros esfuerzos, que antes habían estado ferozmente dirigidos a arreglar el mundo, son malgastados en encontrar maneras de sostener la adicción. Nuestra existencia empieza, casi de un día para otro, a girar sobre la droga. Todo termina y empieza en la estimulación. En cuanto la necesitamos para vivir y desarrollarnos en nuestra vida de todos los días. Emocionalmente ya no somos los mismos tampoco. Para estar bien, para sonreír y sentirnos valiosos, tenemos que estar bajo los efectos de la sustancia. Ningún plan parece factible sino contamos con la ayuda y companía de la droga. Finalmente, aparecen los bajones. No es que "antes" no existieran los bajones, ni mucho menos. Sí había bajones, pero sobrepasarlos no era un problema. Unas horas de sueño, un baño y una buena comida y estábamos listos para volver a empezar. Sabíamos que ese sentirse mal uno o dos días no era comparable con lo bien que nos íbamos a sentir después, cuando volviéramos a tomar.
Un bajón de estimulantes en serio es una de las cosas más horribles que sufrí en mi corta vida. Después de 5 días de no dormir, no comer, no parar de fumar y tomar coca cola, llegaba al final de la gira y todo se desmoronaba. Un bajón de estimulantes es un pozo ciego, oscuro y frío, donde la soledad ya no parece una buena idea y donde no es posible sentir. Una anulación completa de todo lo que nos hace personas. Un lugar en el que respirar es un tormento. Cada segundo parece una hora, y cada hora parece un día. Si bien "antes" dormir arreglaba el asunto y le ponía un fin al sufrimiento, ahora dormir es lo único que no podemos hacer. Los únicos pensamientos que pasan por nuestra cabeza giran al rededor de la sustancia. Soportar el hecho de no tenerla más en la sangre, de habernos quedado sin, de que todo haya perdido el brillo y el sentido, es imposible. Necesitamos eso para sentirnos bien. De pronto, y sin que podamos entender muy bien porque, vivir ya no vale la pena.

3.
A esta altura de la situación pueden pasar dos cosas muy distintas, pero que tienen el mismo final. Se puede aceptar el hecho de que estas enganchadísimo con la droga y tomar la decisión de continuar en ese camino, porque estás convencidode que la solución está en la droga y que te hace bien tomarla, que no la necesitas en lo más mínimo, que no es tan malo y que probablemente estés exagerando. Esperas confiado la llegada del día en el que te aburras. Por otro lado, se puede reconocer el problema e intentar ponerle fin. Pero ponerle fin de un día para otro no parece una buena idea. Dejar de tomar tiene que ser un proceso gradual, en el que rompas el vínculo y la dependencia con tranquilidad, para sufrir lo menos posible. Ambas cosas, aceptar el problema y esperar que se termine solo o aceptarlo y querer terminarlo por propia mano, llevan a lo mismo. Unos meses después, te vas a dar cuenta de que no existía tal punto de aburrimiento, o que te propusiste dejar de tomar gradualmente y te estuviste mintiendo de la manera más cruel de todas. Creías que podías y era mentira. Te convenciste de estar mejor, de estar tomando menos o lo que sea, y no era cierto. Te das cuenta de que intentaste convencer a todos tus amigos -a quienes raramente ves y con los que ya no compartís casi nada- de no ser un adicto y eso es exactamente lo que sos. Si antes pensabas que necesitabas la sustancia para ser funcionalmente superior, ahora la necesitas directamente para sacar la pierna de la cama todas las putas mañanas. Ya no sos mejor que nadie, a duras penas podes desenvolverte con normalidad. Perdiste 10 kilos, erosionaste tu relación con todos los que te conocían, hace un año que tu apetito sexual de desvaneciópor completo y ni siquiera podes pensar. A todo esto se le suman cosas como la paranoia, el maltrato constante e injustificado de cualquier persona con la que tenes que relacionarte -desde el colectivero hasta tu mamá- y un pánico silencioso que comienza a invadirte desde la sombra. No te importa una mierda nada y lo único que querés hacer es encontrar una mesa para aspirar la línea que te va a permitir tomarte el tren a tu casa, o fumarte el careta para caminar dos cuadras hasta el quiosco, o en la próxima compra que tener que hacer para dilatar la llegada inevitable de ese bajón MONUMENTAL al que le venís escapando hace meses. Es una nube gris que te acompaña a todos lados, una bestia que te acecha y no sabes como mierda vas a hacer para que no te consuma ni te termine de destruir. Nuevamente en este momento de la relación con el dichoso estimulante vuelve a pasar una de dos cosas. Hay quienes se aferran a la sustancia y a esa vida miserable con todas sus fuerzas. Consideran que, como llegaron hasta ahí, no tienen otra opción que continuar y ser consecuentes con ellos mismos. Y hay quienes se niegan a seguir dependiendo de una droga para bancarse el día a día. Esta vez el final no es el mismo. Para quienes se aferran a su adicción hay varios finales. Daño físico grave a corto o largo plazo, inhabilitación completa para desarrollarse en una sociedad, o tal vez una vida de dependencia, angustia y malestar permanente. Realmente no lo sé. Tuve la suerte de no elegir ese camino. Fui de las que se bajódel auto a centímetros de chocar contra la pared.

4.
Durante mucho tiempo, más de un año a decir verdad, mi vida fue un estimulante. Vi como todo lo que me interesaba y apasionaba se perdía entre líneas blancas y argumentos incoherentes. Vi como se destruía la relación con mi familia y mis amigos. Me quede completamente sola, y me convertí en todo lo que siempre dije que nunca iba a ser. Llegué a odiarme por eso, por llevarme a un extremo tan destructivo. Aprendíde lo que realmente era capaz cuando se trataba de maltratarme a mi misma. Y no lo soporte. No soporte el daño que me hice, ni el vacío al despertarme a la mañana. No soporte el eterno cansancio físico de mi cuerpo, ni la falta de interés general con el que conviví hasta hace poco tiempo. No soporte haberme olvidado de como se sentía ser querida o querer a otrapersona. Me olvide el placer de sentir un orgasmo, lo lindo que era dormir 12 horas sin parar y tener la panza llena de comida.
No decidí parar por mi misma al principio, y eso es algo que no puedo dejar de lado. Alguien tomo esa decisión por mí. Después, bastante después, la decisión la tome yo, y necesite dos momentos distintos en el tiempo para cumplirla. Considero que vale la pena relatarlo.
Antes que nada, y en pleno proceso de destrucción, una persona considero que había que dejar de proveerme de eso que yo tomaba. La prohibición que me impuso no duro demasiado tiempo, mi insistencia termino por ganarle a la única que persona que se animó a ponerme un freno . Poco tiempo después, fui yo la que pedí que dejaran de proveerme, por lo menos hasta que pasara un tiempo considerable en el que supuse iba a poder recuperarme. Por razones que no vienen al caso explicar, inmediatamente después de mi iniciativa nos enteramos que la sustancia iba a desaparecer del mercado. Tome entonces la decisión de levantar mi prohibición auto impuesta, dada la inevitable desaparición de la droga. Continué tomando hasta que desapareció. Aquellas personas que retuvieron en su poder alguna cantidad no estuvieron dispuestas a intercambiarla por dinero luego de su desaparición. Empezó a ser un bien imposible de medir en términos monetarios. Entendí, con pánico y algo de culpa, que había llegado ese momento al que tanto le temía: el bajón. Recuerdo que en realidad no quería dejar de tomar, pero que ante la imposibilidad de conseguir o de reemplazarlo con otra cosa, no había nada más que pudiera hacer..
Volver a un estado medianamente normal me tomo dos meses. Unos sesenta días en los que mi vida se redujo a dormir y comer. Hacer algo que involucrara algún esfuerzo de tipo físico o mental, estaba fuera de la cuestión. Lo cierto es que no recuerdo demasiado de esos dos meses. Estan nublados, casi negros, mezclados con sueños y cosas que posiblemente solo pasaron en mi cabeza. Tengo confundidas fechas, eventos y conversaciones de esa época de mi vida. Lo que sí recuerdo es lo mal que me sentía y lo difícil que llegó a ser levantarme de la cama. Entre las personas que me rodeaban y compartían conmigo el uso constante de ese estimulante, siempre habíamos pensado que no había nada que eltiempo no pudiera curar. Era cierto, lo que no sabíamos era cuanto tiempo llevaba recuperarse ni todo lo que nos iba a pasar en el camino. En esos meses gane mucho peso, recordé de a poco que existía algo llamado sexo que alguna vez supo gustarme mucho, y reconstruí parcialmente la relación con mi entorno. Más importante, y muchísimo más difícil que todo lo demás, fue salir de esa burbuja en la que había estado encerrada junto a la sustancia, su parafernalia correspondiente y sus mezquinos rituales de consumo, durante casi un año.
Hubo ciertas cosas que no pude sobrepasar hasta mucho pero mucho tiempo después. Un ejemplo es el estado de cosas en el que llegué a encontrarme anímicamente. Depresión con letras mayúsculas. Más allá de cuanto le costara a mi cuerpo ponerse en movimiento sin la presencia de la estimulación, mi cabeza y mi emocionalidad al final resultaron ser las que más daño habían sufrido. Me había olvidado de como pensar por mi misma, por ejemplo. No podía leer sin perder la concentración, ni escribir sin perder el hilo, ni escuchar sin dispersarme, ni muchos menos prestar atención sin olvidarme de que me estaban hablando. Entender las cosas era demasiado difícil, al punto de que a veces parecía mejor no intentarlo. Los que tuvieron la mala suerte de toparse conmigo en ese momento de mi vida afirman que no había manera de predecir mis cambios de humor. Era imposible tener una conversación conmigo sin que cosas como el enojo, la angustia o la irritabilidad se interpusieran. Había momentos, que recuerdo como los más horribles de todos, en los que sólo podía pensar en volver a tomar. Para sentirme bien, completa, funcional, eficiente y feliz otra vez, insistía en recurrir a la sustancia como única solución. Pensaba que las consecuencias de tomar no eran más graves que tener que vivir sobria. Estaba dispuesta a seguir tomando aunque eso me hiciera mal. Parecía que mi vida dependía de un polvito blanco para tener algo de sentido.
Pasados esos terribles dos meses logré, mas o menos, volver a ser un bosquejo de lo que -creo- alguna vez fui. Esa época también estuvo plagada de secuelas relacionadas a esos 12 meses de consumo, pero lo peor parecía haber pasado. Ingenuamente llegué a convencerme de estar recuperada casi por completo. La verdad, obviamente, resulto ser otra. Cuando el malestar-dolor físico desapareció, volví a caer en la misma trampa mental del principio. Es decir, volví a pensar en la sustancia como algo bueno que de ser usado correctamente podía resultar beneficioso. Realmente creía que la culpa de lo que había pasado era mía, por haber abusado cuando podría haber sido más constructiva y cuidadosa. Lamentablemente, tuve la oportunidad de acceder otra vez a la sustancia. Claro que ya no era en las mismas cantidades que antes, ni con la misma frecuencia. Convencida de que tomar una vez cada tanto no podía hacerme mal, volví a sumergirme en la burbuja una noche de diciembre. El resultado de esa pequeña reincidencia no fue para nada bueno. Muy por el contrario de lo que pensaba, volver a tomar, aunque fuera solo por una o dos noches, significo deshacer esos dos meses de recuperación. La máxima infranqueable del estimulante que yo tomaba es simple: el bajón dura hasta que volves a tomar, y si dejas por un tiempo y un día volves a hacerlo inexorablemente vas a terminar destruido. Me hubiera gustado saberlo el día que tome por primera vez. No contenta con volver a sufrir otra vez la misma tortura, tuve otros encuentros posteriores con la sustancia a lo largo de unos 3 meses. Pasados 5 meses de aquellos 60 días de bajón, desperté un día comprendiendo muchas de las cosas que hoy escribí acá. Otras, sobretodo las que se relacionan con la droga en sí y no tanto conmigo, las descubrí y acepté después. Me parece que tardé más en entenderlas por que antes tenía que deshacer ese vinculo tan personal que había desarrollado. Des-idealizar una droga que ciegamente creemos perfecta y superior a todas las demás resulto ser un proceso lento y engañoso. Cuando finalmente logrédespojarme de esa suerte de encantamiento en el que me encontraba, y la sustancia pasó de ser el cáliz de la vida a ser simplemente una sustancia, mayormente perjudicial, eventos que tampoco viene al caso relatar me introdujeron en una nueva rueda de consumo. Reemplace una sustancia por una orgía de otras. Intente llenar el vacío que había dejado aquel estimulante con todo lo que se me cruzó en el camino. Y el resultado tampoco fue bueno. Mi cuerpo no se había recuperado de un año de abuso de la metaanfetamina, y sumergirme en otras sustancias solo agravo su condición. Ese ciclo duró hasta el maldito día en el que abrí los ojos en la unidad coronaria de una clínica y tuve que asumir las consecuencias de mi irresponsabilidad.

5.
Hay algo que ciertamente me desconcierta cuando recuerdo los últimos 2 años y medio. Nuestra mente trabaja de maneras extrañas, y los niveles de autoengaño que podemos alcanzar son sorprendentes. Mentiría si no admitiera que todas las veces que afirmé que vivir drogado era posible, y hasta conciliable con lo que el mundo exterior requiere de nosotros, me estaba equivocando. Pero también debo decir que aun el día de hoy sostengo firmemente que las drogas no son el monstruo que todos afirman que son. Son conciliables con el mundo exterior en la medida en la que no lleguen a dominarnos. Y es eso lo más difícil de todo: una sustancia, sea un estimulante o no, en esta estructura y bajo estas condiciones en la que vivimos, siempre termina por dominarnos . El sistema, es decir la sociedad, y las drogas son cosas opuestas por naturaleza.
Conozco pocas personas que lograron escaparse intactas del mundo de las drogas concebido y definido como lo está hoy en día. En cambio, conozco muchas que nunca van a poder abandonar ese lugar. No podemos elegir si vivimos o no en este mundo asícomo es ahora. Entonces, si es cuestión de elegir entre vivir bajo estas reglas y estos parámetros sobrio o ebrio, claramente la ebriedad se lleva el primer puesto.
No puedo negar la utilidad que una droga puede llegar a tener en los humanos, ni tampoco su potencial recreacional. Tampoco puedo negar que con algunas sustancias aprendí muchas mas cosas sobre mi y sobre el mundo de lo que podría haber aprendido en toda una vida de sobriedad. Es por eso que desde algún punto, tal vez mas externo que antes, voy a seguir buscando ese lugar en el que sobriedad y ebriedad no entren en conflicto una con la otra.
Una realidad distinta es posible. Las sustancias son producto de la naturaleza misma en muchos casos, y ella esta en esta tierra desde antes que los hombres. Y es mucho más sabía que los hombres también. Negarla seria como negar parte de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podríamos ser. La modernidad, y su compulsión por establecer reglas de conducta, morales inflexibles y prejuicios infundados, pueden tener relación con la imposibilidad de conciliar las drogas con la vida en una sociedad como la nuestra. Y es que en el fondo la modernidad es el resultado de siglos y siglos en los que sistemáticamente se dejo de lado la verdadera naturaleza del hombre. Siglos en los que se intento aniliquilar lo que verdaderamente somos.Y eso que verdaderamente somos encuentra muchas veces su sentido en la naturaleza. Me gusta pensar que, fuera de este esquema en el que nos hemos obligado a nosotros mismos a vivir durante los últimos 300 años, la ebriedad y la sobriedad nunca podrían ser los opuestos tan extremos en los que los humanos las han convertido.

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