11.3.08

Esta ciudad tiene la decencia de saber redimirse a sí misma cada vez que la mirás. No importa si esa callecita por la que caminás tiene incorporados o adheridos los recuerdos de algo que ya no tenés con vos, por fuerza o elección. No importa: Buenos Aires siempre te va a dar la posibilidad, por más remota y lejana que parezca, de bautizarla de nuevo y sentirte humano otra vez. Se redime y se cura a sí misma, y en el camino, te lame las heridas a vos.

Sería imposible, de otra forma, caminar hoy por ese lavalle y callao repleto de circunstancias temporales que entristecen la forma en la que vuelvo a casa, buscando sin mirar la parada de ese colectivo que siempre pasa dos minutos antes.

Sería imposible. Por eso, hoy busqué y encontré ese pensamiento en el fondo de mi cabeza, esa idea nueva que me hizo sonreir un instante. Esta Ciudad siempe me cuidó, aún cuando no quería ser cuidada por nadie. Me acunó a pesar de lo largo y torpes que son los brazos de quienes pensé querer, o desear, o.
A pesar de mí, nunca ha faltado a su palabra: y mañana cuando el sol traiga su nochecita, cuando el frio o el calor vengan a torcerme la espina, voy a poder mirarte a vos hace dos años ahí parado, y voy a seguir de largo sin dar vuelta la cabeza, y tal vez pueda embarcarme en una sonrisa de afecto. Tal vez ahí sí me pemita recordar sin dolor y sin culpas, y sin palabras que se quedaron a medio decir.

Mientras tanto, y hasta que pueda ponerle un nuevo nombre al pasaje Discepolo (ya sea en mi cabeza o robándome el cartel de la calle) esas cosas que pasaron ahí, mientras miraba el hilo que le sobraba a tu camisa o te arreglaba la corbata entre puteadas y tirones que intentaban afecto, van a seguir obligandome a no levantar demasiado la cabeza por miedo a quedarme anclada, a echar raices, y secarme sin poder decir algo de todo eso que la desesperación me llevo a omitir.

Mientras tanto, voy a seguir llorando como una pavota, buscando algun pedacito de eso que ahora no tengo, para pisotearlo o abrazarlo, para sostener una mano en mi memoria, hasta poder cortar el hilo, deshacer la corbata, soltar esa mano, ese recuerdo, ese deseo exprimido, y convertirlo en otra cosa, con otro nombre, con otro olor, con otra edad. Algo que algún día ya no de miedo forzarme a recordar, y poder lograr que la Ciudad deje de ser la madre universal que se extiende, inexorable, sobre toda mi memoria.