28.6.09

Y todo ha vuelto a empezar. Casi como si nunca hubiese pasado nada. Casi como si yo todavía fuese la misma persona.
La única diferencia es que ahora, debajo de esta piel, habita junto a mi un ser extraño.

Es aquel que no siente culpa. Aquel que me dice, todos los días un poquito más, que no lo puedo matar con ninguno de mis venenos internos.

No hay pastillas que desfilan ante mí. Sólo hay palabras que quieren salir y no pueden. O bien pueden y la que no las deja salir soy yo. Carcelera de los instintos, carcelera de lo espontáneo. Carcelera del sentido común. Al fin: carcelera de mi misma.

Habitando la misma piel que ese ser parasitario que me quita el sueño. Resulta imposible pensar que no soy exactamente igual que ese maldito ser. Soy, quiera o no, ese ser.

Dejé lo toxico de lado. Deje tu memoria guardada en un cajón. Deje todo para llegar hasta acá y poder decir esto.
Pero sigo siendo ese mismo ser ante el cual todo vuelve a empezar.

En el frío de mi habitación que ya no es azul, en mis manos temblorosas que se despiden de todo lo que alguna vez han conocido. Dentro de esa cajita dónde guardo esa porción de lo toxico que no me hace bien: ahí me vas a poder encontrar.

Sí, es algo casi definitivo. Hoy todo vuelve a empezar. Y estoy acá para mirar y decir: la ley de la brutalidad no se me aplica.

Al final del día mis deseos son sencillos y expresarlos es una necesidad. Quiero poder sostener mi propio peso, aunque sepa muy bien que los círculos en los que habito no tienen ni principio ni fin
.

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