18.11.08

La mitad de mí


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Pensó que hablaban de sexo, después entendió que no. Entendió que ella hablaba de algo más, algo perdido en casi una década de distancia entre dos pieles.
¯ Soy un número ¯ dijo con una sonrisa ¯ Me dijiste que eras un número y yo pensé que podía jugar con vos si me acercaba con otro número.

A esta altura, pensó ella, la diferencia ya no era importante, era casi anecdótica. Lo hubiese sido también, aseguró dentro de su cabeza, aún hace siete años.

¯ Todavía te falta conocer una mitad de mí que no conociste hoy ¯ le dijo, y él la miro extrañada. Después ella entendió que la última vez había salido corriendo tan rápido de la situación, de la sola mención de la palabra amor, que no le dejo tiempo para respirar. Nunca lo había dejado conocerla y ahora lo estaba intentando. Pero la idea de la mentira, esa que nos persigue a todos, daba vueltas en su cabeza como nunca antes. Ella terminó por preguntarse si habría alguna mentira más que desconocía, como Nikon y Corso hace un par de décadas.
Ella le dijo: Estás muerto como tus libros. Jamás quisiste a nadie, Corso. Y Lucas Corso la dejo ir, aunque estaba enamorado.

Él no quiere mentirle, le dice. Quiere, incluso, deshacer mentiras pasadas. Ella se pregunta si alguna vez podría, incluso ella, deshacer sus propias mentiras.

El fondo del asunto sigue siendo que ambos simplemente se gustan, y que la palabra amor esta vez no se menciona, a pedido de ella, a no ser que se trate de rememorar tiempos pasados. Él afirma que ahora, tanto tiempo después, siendo las mismas personas pero con algo más de edad, y estando ella abierta a que la conozcan ¯ cuando lo escucha decirlo suele no poder contener una pequeña sonrisa, dibujando un signo de pregunta imaginario al final de sus palabras ¯ considera que todavía le queda un porcentaje alto de mujer por conocer.

Se sienta para atrás, con un cigarrillo en la mano que deja consumir entre los dedos, sin reaccionar. Piensa en su "no me lastimes" que en realidad quiere significar un "no te lastimes porque si te lastimas también me haces daño a mi.

Sueña con cómo nunca lloró con Los puentes de Madison y la maldita puerta que esa mujer no se animó a abrir por miedo a abandonar su estatus quo: su marido, sus hijos, su vida como la conocía. Piensa en que él es esa mujer, la que nunca abre la puerta y deja diarios escritos para que sus hijos o nietos los lean.

Vuelve a la realidad: él tampoco abandonaría su estatus quo, pese a no considerarla un aditivo, a gustarle sus sumas y sus restas, y todas esas otras cosas que ella no le va a dejar entender. Él lo sabe, pero por ahora, no insiste

¯ No puedo permitírmelo ¯ dice en el silencio de la habitación aplastando el cigarrillo consumido en el cenicero ¯ No puedo permitirme ser, esta vez, la que se abre las muñecas de par en par y le muestra al mundo como se desangra. Vas a tener que esforzarte un poquito más. Vas a tener que intentarlo un poquito más. Esforzarte, y no te dejes ir.

Al final de la conversación mental, en la que él aparece como interlocutor válido mediante una pantalla que titila en una ventana, entiende que se sintió mal por haberlo dejado ir hace tanto tiempo. Entiende que se siente mal por dejarlo a ir a una realidad en la que ella es un número, de teléfono, se ríe ¯ un nombre de los más lejanos que hay ¯ se vuelve a reír. 

¯ Ni vos ni yo tenemos la verdad sobre lo que viene ¯ le dice él y se ríe Pero ella sabe y le dice:
¯ Estoy escribiendo sobre ello ¯ y agrega ¯ Literalmente en este momento.
Él no la entiende y para sus adentros piensa que está bien que no la entienda.

Nunca va a poder evitar que las cosas le hagan mal, dos millones de veces al día, así como hace diez años dos millones de veces al día ella le encontraba un nuevo significado a la realidad a cada paso. Hay cosas que jamás le pediría, no porque él no pudiera darlas, sino porque es probable que él jamás pueda abandonar el compromiso con su estatus quo. Eso amerita no pedir nada, eso amerita esperar que lo que sea que sucede se acomode a su forma y tiempo. Eso amerita que ni una gota de angustia corra por su frente cuando piensa para sus adentros que hay cosas que jamás le pediría. No por deber, sino por un querer extraño.

Por supuesto: ir por detrás es más fácil, vivir dos vidas es más fácil, y él lo sabe. Ella le dijo una vez: vivís una vida partida. Él dijo ayer tres cosas: no sos la única que puede pasarla mal en esto; vos y tu vida partida ¯ haciendo referencia a la diferencia entre cómo es ella cuando trabaja y cómo es ella cuando nadie la mira ¯; y tus ojos ciegos. Lo primero no la hizo ni levantar la ceja (ya lo había oído, de su propia boca). Lo segundo probablemente la haya hecho sentir especial por unos minutos o un tiempo más. Lo último... era tan cierto que siquiera se animóa pensar lo contrario.
Ahora ella piensa: mis ojos estarán ciegos, pero a vos a vos te sigo viendo. Y te sigo viendo por lo que sos.

Aquel que haya dicho que ninguno de los puede escribir sobre cómo van a ser las cosas, estaba mintiendo. Presente, futuro y pasado: ésta es ella escribiendo sobre todo eso, y un poco más.

¯ Soy parte de una cadena de cosas que ya no podes controlar ¯ le dijo.
¯ Que no quiero controlar ¯ agregó él.

Éstos son mis límites, dice él. Éstos son los míos, dice ella. Y el punto exacto de la cuestión siempre ha sido y siempre va a ser: a ambos les gusta algo del otro tal cómo se les presenta delante de los ojos. Eso no se pudo cambiar con el tiempo, y tampoco lo van a poder cambiar estas palabras.

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